A principios del siglo XV, la vida en Milán era un reto constante. Las calles, desordenadas y sucias, reflejaban la carencia de planificación urbana. Sin un sistema de saneamiento adecuado, las condiciones sanitarias eran propicias para la proliferación de enfermedades. En este entorno caótico, Leonardo da Vinci, una de las mentes más brillantes del Renacimiento, comenzó a soñar con una ciudad ideal. No era solo un genio artístico, sino también un visionario del urbanismo.
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Da Vinci comprendió que las urbes eran vulnerables a las epidemias, y su preocupación por el diseño urbano era profunda. Sus diseños mostraban una metrópoli en niveles. En esta ciudad por capas, los desechos humanos y otros residuos se gestionarían mediante un sistema de alcantarillado eficaz. De esta manera, los residuos se canalizarían hacia niveles inferiores, lejos de las áreas habitadas, minimizando así el riesgo de contaminación.
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Además, Leonardo imaginó un sistema de distribución de agua limpia. Empleó técnicas de bombeo hidráulico muy similares a las que se utilizan hoy en día. Así, el agua, esencial para la salud pública, se distribuiría de manera organizada. Cada habitante tendría acceso a ella de forma segura e higiénica. Sin embargo, a pesar de la brillantez de sus ideas, la moderna ciudad de Da Vinci jamás se construyó. Las circunstancias políticas y sociales de la época, sumadas a la falta de recursos, frustraron el sueño del maestro renacentista.
